Junto a la ventana


Fotografía por Ian Prince | Stock Snap.
Existen muchos retos en la escritura, más allá de la estructura y el contenido del escrito en sí. Uno de ellos es la frase larga, esa que viene cargada de matices y descripciones y donde se debe utilizar la menos cantidad de puntos posible. Un escritor debe ser capaz de narrar una historia utilizando una frase larga con ritmo, que no canse al lector ni haga que éste pierda el interés en la lectura. Este es el resultado de mi ejercicio: un relato que destaca la profundidad de los sentimientos que viven en los corazones de algunas personas.   

   Eran las tres de la tarde cuando Carmen se sentó, como todas las tardes, junto a la ventana de la sala en su sofá favorito, ese que se acoplaba perfectamente a su espalda porque tenía muchos años soportando el peso de sus delicados huesos y sabía las manías de su cuerpo, ese que estaba tapizado con una tela suave llena de flores color rosa pálido, lila y destellos azul claro sobre un fondo marfil que recordaba el clásico mobiliario de las abuelas de antaño, ese que había soportado el pesado trayecto hasta el pequeño y cómodo apartamento donde vivía ahora desde la enorme casa colonial que compartió con su difunto esposo, una casa cuya puerta de entrada era de roble y estaba resguardada por dos columnas estilo jónico, y donde al pasarla y entrar eras recibido por la amplitud de la sala, con su iluminación amarillenta por los pocos rayos del sol que se filtraban a través de las elegantes cortinas confeccionadas y la luz artificial de la lámpara de araña que colgaba del techo, así como por el aroma dulce y natural de las flores secas colocadas disimuladamente para contrastar con el olor a café que predominaba en el hogar, y por los muebles tapizados con una tela de flores color rosa pálido, lila y azul claro, los acompañantes silenciosos del solitario sofá individual que, tal como ahora, se ubicaba junto a la ventana de la sala. El esposo de Carmen era un hombre de muchas manías y pensaba que la rutina era la mejor manera de tener algo de control sobre la vida, por lo que ambos, desde hacía muchos años, habían definido las normas y horarios de las cosas cotidianas de la casa como la limpieza, la comida, las horas de trabajo y de entretenimiento, algunas de ellas intocables, y una de esas era el descanso luego del almuerzo, donde Carmen se sentaba en su sofá favorito, ese que siempre estaba cerca de la ventana, y leía en voz alta para su marido como si se tratase de un niño pequeño a quien le leen un cuento antes de dormir, mientras éste se reclinaba a escucharla con atención aunque a veces se adormilaba sobre su butaca favorita, una de piel oscura que hacía ruidos curiosos cada vez que se movía y que desentonaba con el estilo del mobiliario de la sala, pero que a ellos no parecía importarle en lo más mínimo pues siempre se consintieron pequeños caprichos, sobre todo esos que hacían feliz al corazón o que aseguraban un buen descanso de la rutina. Así pasaban todas las tardes juntos, siempre que no tuviera su marido un viaje, y así continuó Carmen haciéndolo luego de que él la dejara sola en este mundo y tuviera que mudarse a un apartamento pequeño y cómodo porque la enorme casa colonial era muy complicada de cuidar por sí sola y estaba llena de recuerdos agridulces que le atormentaban, y todavía Carmen, sentada junto a la ventana en su sofá favorito de flores rosa pálido, lila y azul claro leía en voz alta el fragmento de la historia que en ese momento estuviese leyendo, para ella y para su marido, con la convicción de quien sabe algo que los demás no conocen que él estaba allí, con ella, sentado en su butaca favorita de piel oscura, escuchándola como todas las tardes de su vida juntos, y sería allí mismo, dos semanas después, donde Carmen se quedaría profundamente dormida, para despertar y reencontrarse, finalmente, con el amor de su vida, e irse los dos lejos de este mundo hacia otro, quiero creer, mejor.

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