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Imagen obtenida de la cuenta de Instagram @mandosor |
Me gustan las tardes a principios de otoño, con sus suaves rayos de sol y su brisa tibia, los atardeceres de verano, con sus tonalidades que cambian mientras el sol va descendiendo en el horizonte, las estrellas del cielo, con sus constelaciones, galaxias y satélites que me recuerda la relatividad de nuestra existencia y la inmensidad que nos rodea, y el mar, que con sus sonidos y aromas me transmite serenidad. En cambio, no me gustan las frías mañanas de invierno que se meten hasta en los huesos, mis fotografías de atardeceres que jamás le hacen justicia a la realidad de su belleza, las luces de la ciudad que no me permiten disfrutar del cielo estrellado, ni las personas que se olvidan de ser niños en la playa y no disfrutan del mar.
Me gustan los días lluviosos que
relajan mi mente, forjan el ambiente perfecto para mis lecturas o para escribir
las historias que crea mi imaginación, pero no aquellos de lluvias
torrenciales, me ponen ansiosa y temerosa de la naturaleza, además que me impiden
pasear a mis perros. Más allá del clima, me encanta leer, sobre todo mis
géneros favoritos, los que envuelven misterio, intrigas y rompecabezas
mentales, y me disgustan aquellos que tienen finales arrebatados, personajes
poco elaborados o historias predecibles, son aburridos. Escribir, por otro lado,
ya se ha convertido en parte de mi vida, en una constante casi diaria y
absolutamente necesaria. Pese a la disciplina que me impongo, eso de vencer la
hoja en blanco aún requiere un esfuerzo voluntarioso de mi parte y nunca es
agradable.
Me gusta compartir mi vida con
mis perros, son los maestros que me enseñan, me retan y me hacen descubrirme, a
pesar de los disgustos por nuestros problemas de comunicación que me hacen
sentir descontrolada y llena de frustración. Y es que sí, me gusta el
control, las cosas ordenadas y la rutina me hacen sentir cómoda y tranquila, me
dan la falsa sensación de estabilidad que todos buscamos. Por eso disfruto
tanto de los sudokus y rompecabezas, los cuales además desafían mi inteligencia
para conseguir dar solución a un problema. Sin embargo, no me gusta saber que el
control no existe, que vivimos con incertidumbre y debemos tener adaptabilidad,
como tampoco cuando me indican qué hacer o pensar.
Me gusta la música en casi todas
sus variedades, con su capacidad de transportarme a lugares lejanos y evocar
sentimientos o recuerdos que, algunas veces, creía extraviados en mi mente. Así
mismo disfruto de las películas que tratan temas con los que puedo empatizar,
desde zombis hasta dramas, siempre que estén bien desarrollados. Pero me
molestan las personas que describen una película por el desenlace, sobre todo
cuando todavía no la has visto, y quienes utilizan sus gustos musicales
“refinados” para sentirse más valiosos frente a los demás.
Me gustan las personas que
parecen estrellas, que son valientes, positivas, gentiles y sonrientes; las que
brillan con luz propia y que promueven los talentos de quienes les rodean. Y
siento un pequeño rechazo hacia los que creen brillar pero que en realidad son
un engaño, pues cuando los conoces un poco te das cuenta que son vacíos, como una
fachada y poco más.
Me gusta encontrar en mis
acciones y decisiones las enseñanzas de mi familia, siempre presentes como
guías de mis pasos, aunque la posterior sensación al recuerdo de vacío y anhelo
me desagrada, por saber que están tan lejos de mí. Pero, al final, lo que más me
gusta de todo son las risas tontas que comparto contigo en esas conversaciones
que sólo nosotros entendemos y que otros podrían calificar de sin sentido.
Disfruto esos pequeños momentos porque son sólo de nosotros y de nadie más. Por
eso sufro la soledad cuando estamos lejos, cuando nos separan kilómetros y
tenemos que conformarnos con el recuerdo.
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