Dos espacios

Fotografía disponible en All The Free Stock
Para un escritor, la descripción de los espacios es casi tan importante como la historia en sí. De hecho, algunos los consideran como un personaje más. En esta oportunidad, empleo sólo la descripción de los ambientes para crear un par de relatos cortos muy diferentes entre sí: uno tenebroso y otro desconocido, producto de mi imaginación.

De mis miedos


   La carpa del antiguo circo seguía allí. De lejos se podía apreciar el banderín en el tope de la carpa, ahora raído, moviéndose con el aire. Decidimos entrar por diversión, pero en el fondo yo no quería. Las bases metálicas de la estructura estaban oxidadas por el tiempo y por la lluvia que caía frecuentemente en la zona. La lona de dos tonalidades que la cubría estaba desgastada y opaca. Al tocarla, se sentía frágil y despedía un olor putrefacto. Un escalofrío me recorrió la espalda pero no dije nada. 

   La entrada principal, que estaba abierta, nos invitaba a la oscuridad de su interior. Encendimos las linternas y continuamos caminando. Los débiles rayos de luz iluminaban los asientos metálicos que dibujaban un círculo alrededor del escenario, con su suelo antaño de terciopelo rojo que ahora parecía un trapo húmedo y putrefacto. Pensamos que estaba vacío hasta que creímos percibir una forma en el centro del escenario que se movía. La bruma y la escasa luz del lugar nos impedía ver con claridad. Nos acercamos lentamente y apuntamos nuestras linternas a la figura. El olor a dulce rancio me golpeó la nariz en el mismo instante en el que, sorprendido, miraba la sonrisa cada vez más amplia del payaso que nos estudiaba con perversa curiosidad. 

   “Bienvenidos”, fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento.

De mi imaginación


   Antes de entrar sabía que su hogar era un desastre, un reflejo de su vida. A la izquierda de la puerta se apilaban tres o cuatro maceteros vacíos, y dentro del último había un balón de fútbol desinflado con cúmulos de tierra y polvo en su superficie. El cilindro de la puerta estaba desgastado y la pintura del pomo se caía a pequeños trozos. Al abrirla, había que soportar el molesto chirrido de sus goznes. 

Fotografía por Suzi Williams Wright
   Una vez dentro, el panorama era impactante. La sala estaba iluminada por una tenue luz amarilla que permitía ver el deterioro. En el suelo habían juguetes sucios amontonados por las esquinas o asomándose tímidamente por debajo de los trastos. Los muebles habían perdido el color y la tela estaba tan desgastada en algunos sitios que permitía ver el relleno de goma espuma manchado con puntitos oscuros extraños. Los cuadros de las paredes eran pequeños y la cortina que cubría la ventana de la sala tenía un tono grisáceo. Lo único que destacaba era la repisa frente a ésta, perfectamente ordenada y limpia, donde colocaba las fotografías de su hijo. Era, a final de cuentas, una muestra del amor infinito hacia la niña que ella llora y que ahora no está.

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