Los visitantes


Al despertar, no sabes si será un día normal o no. Y es que, de vez en cuando, vienen los visitantes.


   Abre los ojos con lentitud, buscando vencer al sueño. Observa el techo de su habitación y percibe la oscuridad, el sol no ha salido aun. Intenta recordar qué sucedió ayer o por qué se siente tan cansado, pero no lo logra. Estira sus brazos y piernas para terminar de despertar a su cuerpo, bosteza y se sienta en su cama. De pronto, en alguna parte de su cerebro se enciende una alarma y su cuerpo se tensa, escudriñando en la oscuridad de su habitación algo fuera de lo normal. Decide sentarse en el borde de la cama, con los pies apoyados en el suelo, para ver mejor. El contacto le produce un escalofrío, ¿o es la tensión?

   Mira a todos lados para asegurarse que está solo, y cuando lo hace una ligera sonrisa aparece en su rostro mientras piensa en lo tonto que ha sido por sentirse nervioso, no hay motivos para ello. Se pone de pie y camina hasta el baño, si es que puede llamarse así, para liberar la urgencia de su vejiga. Cuando termina, vuelve con alivio hasta su cama y se acuesta en dirección a la ventana, con las manos entrelazadas descansando sobre su pecho, mientras espera que aparezca el hombre de blanco.

   De repente, escucha las risas. Sorprendido, levanta la cabeza buscando el origen del sonido. Allí, a corta distancia de él y a su derecha, las ve. De pie, con sus vestidos pomposos y sus rizos oscuros, están las gemelas, riendo tonta y maliciosamente como lo han hecho en tantas otras visitas. A pesar de sus intentos, él nunca ha logrado entender el motivo de sus risas. Algunas veces le agrada escucharlas, le hacen compañía, pero hoy se siente muy cansado y prefiere estar solo. Enfadado, les da la espalda y se acuesta mirando la pared. Coloca una mano bajo su cabeza y, con el ceño fruncido, espera que ignorarlas sea suficiente para que desaparezcan.

   “Qué pesadas son”, dice una voz malhumorada y grave. Por segunda vez en tan corto tiempo todo su cuerpo se tensa, sus ojos se abren con temor y sus oídos escuchan con atención. Ya no hay risas, ahora las gemelas cuchichean serias con sus cabecitas muy juntas entre sí. Él reconoce la voz y entiende que quedarse mirando la pared puede ser peor que enfrentar la situación. Se gira con cautela, buscando en la oscuridad, y descubre en la esquina al Luchador, quien contempla a las gemelas con reproche. Ocultando su turbación lo mejor que puede, decide sentarse sobre su cama con la espalda pegada a la pared y haciendo frente a sus visitantes no deseados. El corazón todavía le late con fuerza por el susto y sabe que si él lo escucha, los otros también, aunque no está seguro cómo lo hacen.


   En ese momento se abre la puerta de su habitación, bañando con la luz del pasillo todos los rincones de su habitación. Él entorna los ojos para protegerse del resplandor, mientras las gemelas caminan hacia atrás, alejándose de la puerta, y el Luchador aprieta los puños en señal de desafío. Sus ojos se acostumbran a la luz y distinguen la bata blanca, larga y limpia, que cubre la figura. Todas las miradas están dirigidas al hombre de blanco, pero éste, impasible ante la presencia de los visitantes o sus reacciones, se limita a  sostener la bandeja con el desayuno mientras le examina con sus ojos. Él se pone en pie y se acerca a la puerta para tomarla, moviéndose despacio para que nadie se altere, y estudia su contenido: comida y medicación. Comprende entonces que si han colocado la pastilla es porque algo ha salido mal, las cosas se han salido de control y otra vez le han usurpado su cuerpo. Levanta sus ojos en busca de confirmación y la encuentra en la mueca burlona del Luchador que le sonríe con picardía. Se siente cansando y piensa en preguntarle al Luchador qué han hecho ayer, pero no se atreve a hacerlo, no ahora. Además, no está seguro de querer saberlo. 

   Ahora todas las miradas de la habitación están sobre él, expectantes, esperando. El toma el vaso y, sin pensarlo demasiado, se traga la pastilla. Las gemelas, tristes, se toman de las manos y el Luchador gruñe con resignación mientras el médico, aun en la puerta, le sonríe con aprobación. Aparecen los primeros rayos del sol en su ventana y con ellos los visitantes comienzan a desvanecerse. Suspira aliviado mientras contempla al médico alejarse y se dispone a comer, pensando que hoy será un buen día, porque cuando los visitantes no están, todo es mejor...hasta  que vuelven.

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